Neuquén, Argentina – Gustavo Figueroa
El retrato de un joven neuquino que ha aprendido a refugiarse en la montaña y en los ríos, mientras los propagandistas del mal y los inquisidores de la sospecha lo persiguen con fuego y nafta en las manos.
“Mi hijo anda por todos lados. Y nunca he tenido una queja. Acá en el barrio, en Senillosa, es muy querido. No entiendo por qué ahora lo quieren ensuciar de esta forma”. Mirta es la mamá de Nicolás Damián Heredia. Ella vive en Senillosa. Durante el día trabaja en una carnicería. Luego se va al campo. Mirtha tiene cuatro hijos que viven juntos. “Su papá, antes de morir, les dejo una casa”.
Mirta tiene miedo por lo que le pueda pasar a su hijo dentro de la comisaría de Dina Huapi. Apenas se enteró de la detención quiso viajar hacia Bariloche, pero sus hijos le aconsejaron que no viajara sola porque el “clima estaba muy caldeado”, con las agresiones de los gauchos del rebenque, esperando en la puerta de la comisaría para azotar a los defensores de los brigadistas detenidos.
“Provenimos de una familia humilde, pero la cara no debería ser una razón para detener a mí hijo”, reflexiona Mirta, preocupada por el manoseo mediático que están haciendo con el rostro y el nombre de su hijo sin tener pruebas concretas. “Mi hijo es muy colaborador. Lleva a pasear a la plaza a su sobrino de tres años. Cocina para sus dos hermanas, que son menores de edad. Les hace las tortas para los cumpleaños, les cocina pan casero. Ahora estaba preocupado por su mascota que la había dejado sola. ¡Mi hijo no es una mala persona!”.
Nicolás suele agarrar changas en las chacras. Trabaja como encargado. Les da alimentos a los animales (gallinas y perros), cuida a los caballos, limpia los patios, cosecha fruta. “A mi hijo le gusta la naturaleza, le gusta estar en el campo, le gusta salir a pescar, ir al río con sus amigos”.
Justamente las nueve personas detenidas en El Bolsón y Bariloche son personas que han elegido, por distintas razones, vivir en comunión con la naturaleza, inclusive en situaciones adversas como puede ser la falta de empleo o la imposibilidad de recursos materiales, como Nicolás, que eligió pasar unos días de vacaciones refugiado entre ríos y montañas.
La contradicción y la falta de pruebas del Ministerio Fiscal de Río Negro son escandalosas y han adquirido la dimensión de papelón por la reciente liberación de las seis personas detenidas en Bariloche. Sin embargo, a pesar de la falta de pruebas y el papelón, Nicolás Heredia sigue detenido, comunicado solamente con su abogado. La lectura de cargos en su contra fue rápida y en solitario, sin el acompañamiento de medios de comunicación, a diferencia de lo que sucedió con los seis imputados liberados durante la misma audiencia.
Los propagandistas del mal y los inquisidores de la sospecha no tienen miedo ni pudor por mandar a quemar un bosque repleto de pehuenes, mucho menos temen por incendiar la vida de un joven de piel oscura que lo perciben inferior al resto de las personas, al resto de las formas de vida.
La acusación de los propagandistas del mal y los inquisidores de la sospecha se sustenta solo por el color a tierra que portan algunos individuos y que desentona con sus ideales (e idealización) de superioridad blanca; el mismo color a tierra que ellos quieren ultrajar, incendiar, transformar, revestir con losa radiante, con piso de madera, con sillones de pana, con trajes italianos, con rostros europeos.
Ojalá todos los acusados fueran de piel blanca para ser liberados de manera inmediata. Ojalá nunca los acusados fueran de piel oscura para ser confundidos con un mapuche. Ojalá los mapuche no existieran para ser culpados una y otra vez del mayor delito que un mapuche puede cometer: atentar contra la integridad de la naturaleza de la que son parte.
De los nueve detenidos el único que continúa preso es Nicolás Heredia. Su rostro, como hace 140 años, es el que más se ajusta al estereotipo del mal, es el que más se ajusta al salvaje terrorista, construido por el Estado Nacional desde que Argentina es Argentina.
Nunca la milicia argentina y el poder judicial se han detenido en su extensa e inagotable campaña de exterminio étnico. Nunca ha sido, en estos 140 años, juzgada esa campaña. Ya es hora de que sus muecas raciales comiencen a ser sancionadas, repudiadas, judicializadas.
Nunca hay que olvidar que cada vez que un bosque muere, también muere, de alguna forma, un joven como Nicolás.
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Gustavo Figueroa Gustavo Figueroa (1985). Periodista, documentalista, fotógrafo. Vive en Neuquén. Se interesa especialmente por temas relativos a pueblos originarios y derechos humanos. Es miembro del Equipo de Educadores Interculturales del Puel Mapu.