Por Antonio Porras Cabrera
No, no se trata llevar o no minifalda a los toros, como cantaba Manolo Escobar en la España machista del pretérito, sino del espectáculo en sí. Solo en dos ocasiones he asistido a corridas de toros a lo largo de mi vida.
Una en Algeciras invitado por unos amigos durante la feria, hace muchos años, donde un Curro Romero “cagao” no tuvo su mejor día y los rollo de papel higiénico volaron por los aires hasta estamparse en el ruedo… y otro, en la plaza de la Malagueta, cumpliendo un protocolo de la universidad hace unos 25 años.
Tampoco soy de ver corridas por la tele, si bien, aunque debería decir si mal, accidentalmente vi en directo la cogida al Yiyo (José Cubero), que le costó la vida al instante, cuando un toro la partió el corazón de una cornada hace ya 45 años, dejándome impactado.
Aunque no soy taurino no solo por eso, sino por convicción, por mi ética y principios. El espectáculo de los toros, cuando hay sangre, maltrato y tanta agresividad me causa un absoluto rechazo.
Es claro que desde tiempos inmemoriales el hombre se ha enfrentado a la bestia como forma de mostrar su dominio sobre ella, en base a su “presumible” inteligencia en contraposición a la fuerza bruta.
Estos retos podrían ser asumibles, para mí, cuando no hay un maltrato y el combate se hace en buena lid, como, por ejemplo, los retos con requiebros, forcados, garrocha y otros donde juega la pura habilidad y el engaño sin derramamiento de sangre.
Me causa gran pesar ver cómo un bravo animal es picado, banderilleado, burlado y estocado a muerte con una aparatosa parafernalia que enaltece a un público chillón, que disfruta con tal espectáculo viendo sufrir al toro y correr la sangre.
Hay quien dice que, los toros, forman parte de nuestra cultura. Pero tal vez no tengan claro que la cultura es una cosa y la cultura popular o de masas es otra.
La RAE (sigo recurriendo a su diccionario como elemento clarificador de la palabra y con ello del concepto) define cuatro acepciones de cultura como: 1. f. cultivo; 2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico; 3. f.
Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc. y 4. f. desus. Culto religioso.
Como puede verse el toreo no cabría en ninguna de ellas. Pero sí podría encajar en la llamada cultura popular, que no es en sí una cultura esencial desde el punto de vista intelectual y de desarrollo evolutivo del ser humano, sino como hábito o costumbre; o sea, según la propia RAE, sería el “Conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo”. Aquí si cabe incluirla.
Pero, ¿todos los hábitos y costumbres de un pueblo adquiridos a través de la historia son inamovibles?, ¿son respetables y lógicos dentro del proceso evolutivo de las sociedades que transitan desde el pasado al futuro?
La evolución de una sociedad incluye cambios de principios y valores en consonancia con un mayor desarrollo intelectual en la doble dimensión de individuo y sociedad.
Cada vez, a través del pensamiento lógico, se va imponiendo más la concepción holística, esa visión del cosmos como un todo, que se aplica a la propia naturaleza y los seres que la habitan en comunión de intereses, y bajo conductas acordes con tal percepción.
Ello genera una actitud de respeto hacia los otros, tanto del mundo animal como vegetal, que nos lleva a modificar los parámetros que definen nuestra propia cultura popular hacia otra más afín a esos nuevos principios.
Por tanto, siempre es buen momento para cuestionarse determinados hábitos o costumbres que enmarcan esa cultura popular y que son claramente rechazables y anacrónicos, dentro de un humanismo emergente, que va más allá de la propia persona, para imbricarse en el todo que nos contiene.
Uno de los elementos definitorios de la nueva era ha de ser la aparición de la compasión como forma de entender la relación con los demás, extensible a todo ser viviente. Una sensibilidad especial que trasciende la prepotencia y soberbia del ser humano para llevarlo a la sabia razón de quien piensa y crece a través de un criterio evolutivo propio, pero inmerso en la nueva y responsable sociedad del respeto.
No es de recibo que una persona, sensible, racional y emotivo a la vez, se deje llevar por el placer de la violencia, la sangre y el sufrimiento de cualquier ser vivo. Si disfruta con ello habría que plantearse si sus valores son los adecuados o abriga en su interior un componente sádico enmascarado.
Pero, ¿existe un instinto asesino en el ser humano, una tendencia a inferir daño a otros como forma de reafirmar el propio poder y, por ende, su propio yo y sus frustraciones? Tal vez esa sea una explicación a tales conductas. El violento lo es hasta para defender su propia violencia carente de razón.
En esta España nuestra, cargada de tradiciones anacrónicas, no podremos prohibir las corridas de toros, pero sí sembrar la semilla de la crítica racional a tal barbaridad para que, en un futuro, se acabe rechazando esa práctica como ya está pasando en muchos lugares, en pos de una mejor y más evolucionada sociedad. Mientras tanto… yo seguiré sin ir a los toros o verlos por la tele, aunque cada vez sean televisados con más frecuencia por Canal SUR con este gobierno de Moreno Bonilla.
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*Antonio Porras Cabrera
Natural de Cuevas de San Marcos (Málaga), es profesor jubilado de la Universidad de Málaga; Psicólogo, Enfermero especialista en Salud Mental y gestión hospitalaria. Profesionalmente se ha dedicado a la asistencia y gestión sanitaria y a la docencia universitaria.
En su faceta de escritor y poeta, tiene publicados 11 libros de diversa temática: poesía, ensayos, novela, relatos, etc. colabora en varias revistas literarias y es articulista de prensa. Es miembro de la ACE-A, Ateneo de Málaga, presidente de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de UMA) e integrante de diversos grupos, en el campo digital, relacionados con la actividad literaria a nivel nacional e internacional.
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Enviado por José Antonio Sierra