Ciudad de Buenos Aires, Argentina – Alexandra Vega-Rivera
Nadie necesitaba explicar nada. Todos, los músicos y los espectadores, éramos testigos de lo inolvidable. El aguacero se desató con una determinación y precisión inverosímiles porque terminó, al mismo tiempo, con el Verano de Vivaldi y el verano del Cono Sur. Lo hizo con una sincronicidad que sólo logran los cuerpos que además de amarse se desean. Las personas que estábamos en el anfiteatro nos mirábamos con emoción y desconcierto, mientras buscábamos techo abajo del agua. El viento les hizo volar algunas hojas de las partituras, desde el control de luces decidieron acompañar con un efecto que permitía ver el manto de agua cayendo y más allá, el escenario, los músicos y sus instrumentos, la intención con la que ellos siguieron fue la misma con la que el público se quedó. El ensamble Argentum ofreció un concierto titulado “Las ocho estaciones. Vivaldi + Piazzolla” empezaron con las cuatro porteñas del genio argentino y las del genio italiano no pudieron llegar a término porque en un hecho poético, las estaciones mismas lo impidieron.
Qué gran alianza la de la música con la naturaleza y las dos fuerzas potentes que significan. El agua cuando es tormenta que anuncia el cambio de estación, cae en forma de gotas contundentes, grandes y pesadas sobre la piel, como si dolieran. Esa noche llevaba una blusa blanca que la tormenta me transparentó inevitablemente. Pienso en la vulnerabilidad de los cuerpos abajo de la intemperie y del látigo de los fenómenos atmosféricos, y en ese impulso de nuestra especie por buscar siempre techo y abrigo.
Las estaciones
Las estaciones se preceden una tras otra, así como el miedo precede a los actos o el silencio al sonido. Se van, pero encuentran en donde estar, en el otro hemisferio. Sin embargo, vuelven y son esperadas y ser esperado es una bella manera de ser amado. La música y las estaciones no mueren, terminan, y esto es importante porque morir y terminar no son lo mismo. Las estaciones no son repeticiones, son variaciones y modifican nuestra forma de estar en el mundo. Suceden y se desencadenan sobre nosotros porque con los días las vamos percibiendo a través de los sentidos y la cantidad de luz y oscuridad. Y más allá de la milagrosa inclinación de la Tierra, los humanos vamos siempre a buscar agua al mismo pozo de los significados. Entonces Perséfone y Hades explican su existencia, se trata de la naturaleza dejándose contemplar por la genialidad humana, que es lo que en definitiva habrán hecho Antonio y Astor respectivamente, desde dos hemisferios distintos y con más de doscientos cuarenta años de diferencia al componer sus obras.
La música nos muestra de qué somos capaces y desafía al tiempo y a la carne porque perdura y además porque corporalmente nos permite estar en una dimensión cuando mental y emocionalmente estamos en otra. La escucha es una permanente construcción de puentes que conectan a las emociones que nos habitan, con las palabras no dichas. La música nos permite liberarnos de las trampas en la que siempre entramos y donde el lenguaje no nos alcanza para todo eso que adentro nos sucede. Para conmoverse por la música no hace falta saber leer ni escribir. Pero la música también, a veces, duele, porque remueve, hace parte de su capacidad de extraer belleza de casi cualquier cosa.
Entonces pienso en esa tremenda conmoción y gran hallazgo que es la música porque si no hubiera sido por ella la experiencia de esa noche —y tantas otras en la vida— se habría limitado a ser una grosa incomodidad, una tormenta más de final de verano que, en una falta de prevención total, me agarró al aire libre y muy lejos de convertirse en un grato recuerdo. Pero la música puede eso, convierte lo ordinario en extraordinario y al igual que la naturaleza, se inscribe en nuestras vidas haciéndonos orbitar en torno suyo. El sonido de los aguaceros es el sonido de los aplausos así que por un momento estando ahí, pensé en que todo era tan hermoso e incontenible que la naturaleza misma también estaba aplaudiendo.
Alexandra Vega-Rivera Alexandra Vega Rivera nació en Colombia, es migrante y escritora, antropóloga e investigadora académica y de curiosidades varias. Acompaña procesos de escritura, es columnista y editora. Ha escrito poesía, microrrelatos, etnografías y ensayos. Está radicada en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. @alexandravegarivera