Hussein miraba más allá, Mohamed estaba sentado sobre una piedra blanca. El color que estaba tomando el cielo era extraño, no le gustaba nada. Simulaba el arena verdoso de los uniformes de guerra, la claridad del día, angostaba sus fuerzas.
La mudez del silencio que atrae hasta nuestros oídos la cháchara de los hierros metálicos que baten el cielo. El sigiloso reptar de los hombres que desde ellos se lanzan a tierra.
No podía dejar de observar el cielo. Estaban en la parte alta de la ciudad vieja, allí no llegarían pero se les oía.
Asemejaba una tupida red con la que cubrían las calles arrasando con todo en unas milésimas de segundos sin apenas ruido alguno avanzando rápidamente con ayuda de los drones.
El silencio era tórrido, el silente recorrer que la muerte deja a su paso.
No hay víctimas, no hay prisioneros, los hospitales están vacíos; nada parece estar ocurriendo.
La vida se difumina convirtiéndose el paisaje en un melancólico paseo, como si fuera el desierto.
Desde la ciudad vieja contemplaron un ocaso tempranero, como si una tormenta de arena cubriera la ciudad nueva, un atardecer demasiado silencioso.
La parte de abajo de una túnica negra es lo único que ven sus ojos, esta tumbado con el fusil en las manos, los muros de carga le cubren. Entre las paredes grises envejecidas de la mezquita se encuentra, unas monedas en sus manos, el libro santo en su regazo.
Una llamada a la oración, un baile de túnicas de colores que van en la escala de grises, negros, azules y verdes; pliega el fusil y desaparece entre las sombras, dos de ellos también.
Termina la oración sin que nada más transcurra, no hay señales de lucha, no hay cuerpos. Nadie les echa en falta.
El aire se torna caliente, solamente Hussein lo notó mientras rezaba en la azotea.
Mohamed rompió su silencio, sus pensamientos le ensimismaron más allá. Hussein, ¿Qué ocurre? La ciudad vieja no tiene la luz de siempre.
El mutismo lleno su espacio durante un largo, capcioso rato.
Hussein levanto la mirada hacia su hermano sosteniéndola, mientras iniciaba una larga conversación.
El nunca había hablado sobre aquellos años en el desierto, cuando la guerra los mantuvo aislados tanto tiempo. Él ahora le dijo que el color del cielo era el mismo que aquella tarde, que posiblemente ya habían llegado.
No te preocupes, fueron sus últimas palabras, a la ciudad vieja no vendrán.
una red de drones estaba rodeando el lugar donde se levantaban las antenas, las comunicaciones estaban ya tomadas.
La luz titiritaba en el patio interior, una brisa ligera se había levantado; las muchachas aún estaban conversando. Allí podían prescindir del velo y una túnica más ligera era su vestimenta.
Hussein y Mohamed decidieron cerrar los postigos más temprano con excusa de una tormenta de arena que se aproximaba, a lo que las muchachas protestaron vivazmente.
@María José Luque Fernández,
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