Después de haber obtenido el tercer título mundial en Qatar 2022 el domingo pasado, la selección nacional llegó al aeropuerto internacional de Ezeiza el lunes con la intención de celebrar el logro con todos los hinchas argentinos, pero por cuestiones geográficas, en primer lugar, con los del Área Metropolitana de Buenos Aires.
Luego de un largo viaje con escala en Roma, el capitán del equipo campeón, Lionel Messi, junto al resto de jugadores, el cuerpo técnico y las autoridades de la Asociación del Fútbol Argentino, fueron recibidos por miles de hinchas y algunos funcionarios del Gobierno, entre ellos, el ministro del Interior, Eduardo de Pedro y la titular de Migraciones, Florencia Carignano.
De todos modos, el goleador y sus compañeros esquivaron a los representantes de la administración central y se dirigieron directamente a un ómnibus que lentamente, entre saludos de la gente, los trasladó al predio de la AFA donde cenaron y descansaron para encarar lo que ellos pretendían hacer, compartir el triunfo con su Pueblo.
Las fuerzas federales y de la Ciudad Autónoma de Bs. As. dieron a conocer el recorrido que haría el micro que iba a trasladar a los deportistas desde la Provincia de Buenos Aires hasta la zona céntrica de la Capital Federal, en particular al emblemático Obelisco porteño, donde se convoca la ciudadanía para celebraciones, reclamos y festejos.
Lo que nunca estuvo garantizado era que los tricampeones visitaran la Casa de Gobierno, donde seguramente saldrían al balcón -donde además de hechos políticos- se sucedieron los festejos por los triunfos futbolísticos de 1978 (en el Mundial de Argentina) y en México’86. De todos modos, apenas obtenido el campeonato, el presidente Alberto Fernández cursó la invitación a la escuadra albiceleste para que fuera a la sede del Poder Ejecutivo.
La impronta de los atletas, que se mantuvo en no vincularse con la política, sumadas a las diferencias del mandamás de la máxima organización del fútbol local, Claudio «Chiqui» Tapia, con el jefe de Estado -que había intentado bloquear su llegada a la AFA, hicieron desde el principio que esa posibilidad estuviera muy lejana.
Lo cierto, es que la travesía previamente organizada por Sergio Berni (jefe de Seguridad bonaerense) y sus pares nacionales y porteño, Aníbal Fernández y Marcelo D’Alessandro, comenzó a horario (cerca del mediodía), pero claro, debido al lento avance del móvil del seleccionado -que rodaba bajo un sol ardiente que no impedía que cada vez se acercaran cada vez más fanáticos que querían estar cerca de los campeones, ralentizaran cada vez más el viaje. Hicieron sólo 17 kilómetros en cinco horas.
En el camino, y en medio de una temperatura que superaba los 32°, un par de personas se arrojaron desde un puente hacia el transporte con los jugadores. Uno cayó entre los futbolistas y el otro rebotó en el chasis del colectivo y fue a parar al asfalto, al parecer sin graves heridas pese al susto de los asistentes. La lentitud del traslado y este incidente, que tenía como agregado, que en el microcentro de la CABA había unas tres millones de personas esperando a los ganadores de la Copa -sin un corredor por donde pudieran circular- hizo que todos los planes se cambiaran.
Desde la noche anterior, Fernández y sus colaboradores habían ordenado armar un escenario sobre el ingreso de Balcarce 50, vallar la Casa Rosada, poner parlantes y pantallas en la Plaza de Mayo, y embanderar el palacio gubernamental y el Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires, que tenía la frase en letras grandes: «Gracias Campeones».
Lo que resultó grave, fue la determinación que tomó el Primer Mandatario, su Secretaria de Comunicación y Prensa de la Presidencia, Gabriela Cerruti (quien además auspicia de vocera), y su segunda, Roxana Barone, quienes prohibieron ilegalmente -y por primera vez en la historia- el ingreso de los periodistas acreditados en Casa Rosada, es decir, a su lugar de trabajo cotidiano.
Algo que no ocurrió siquiera con el golpe de Estado a Juan Perón en 1955, cuando la autodenominada Revolución Libertadora bombardeó el histórico edificio de gobierno y sus alrededores. Tampoco en todos los golpes de Estado que sufrió el país. Incluso en los cuatro levantamientos de militares carapintadas que pusieron en peligro los gobiernos de Raúl Alfonsín y Carlos Menem, y mucho menos en la crisis del 2001, cuando después de una rebelión popular que dejó un saldo de 38 asesinados (responsabilidad del Estado) cayó la administración de Fernando de la Rúa.
Un grave antecedente que va contra el principio constitucional que protege la Libertad de Expresión y de Prensa, y el derecho ciudadano a recibir información veraz, confiable y de manera democrática. La excusa y los justificativos inauditos que dio el denominado «albertismo» para tomar esta medida ilícita fueron: cuestiones de protocolo de «seguridad» porque era feriado (medida que se definió el lunes a última hora complicando muchas de la actividades programadas), y a causa, según un criterio nada demócrata y apócrifo, que se basaba en que no había actividades políticas que cubrir. Como si el hecho de la llegada (o no) a la sede del Ejecutivo de semejantes representantes de la Argentina en el mundo no tuviera incidencias en el qué hacer político.
Tomada la determinación de culminar con la caravana del equipo de Lionel Scaloni en la tarde del AMBA, los jugadores fueron llevados a una escuela policial donde los repartieron en varios helicópteros en los que se los llevó a hacer una recorrida aérea por una Buenos Aires atestada de simpatizantes enfervorizados que no pudieron ver a sus ídolos pero que los seguían aclamando. De allí volvieron a Ezeiza, desde donde viajaron a sus hogares, algunos en pueblos y provincias del interior argentino.
Al finalizar una lenta desconcentración de la gente que se acercó -inclusive de puntos muy lejanos- a celebrar el campeonato mundial en las calles céntricas, se supo que el Sistema de Atención Médica de Emergencias porteño (SAME) atendió a 18 lesionados, al menos hasta la tarde, y que quedó un tendal de semáforos, techos de paradas de Metrobús, luminarias y otros bienes públicos y privados destruidos.
Hasta última hora, la portavocería presidencial, que no daba información concreta pese a la insistencia periodística, especuló con la posibilidad de una foto conjunta del Presidente y el seleccionado nacional. Algo que nunca ocurrió y que marcó un día donde se conjugaron, desde las grietas políticas y personales; la desorganización y el descontrol, hasta la fiesta de una población que esperaba hace 36 años un triunfo de su selección de fútbol.
Juan Pablo Peralta, periodista acreditado permanente en Casa Rosada y el Parlamento nacional argentino.
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