España
San Millán de la Cogolla 1680 (España, La Rioja)
Aquellos cantos gregorianos llenaban el espacio con su resonante y melódica cadencia. Las voces se entrelazaban en armonía, creando una atmósfera de reverencia y solemnidad. El ritmo pausado de las melodías fluía suavemente, envolviendo a los oyentes en una sensación de calma y serenidad.
A medida que los cánticos continuaban, surgía una sensación de trascendencia espiritual. La música parecía establecer una conexión profunda con lo divino, transportando a quienes escuchaban a un estado elevado.
Un aire de misterio se cernía en el ambiente a medida que los cánticos se desplegaban. La antigüedad de esta tradición se hacía presente. Los oyentes se encontraban sumergidos en la grandeza y el legado de sus cantos gregorianos. La música actuaba como un bálsamo para el alma, permitiendo un escape de las preocupaciones cotidianas.
Una sensación de enriquecimiento y conexión trascendental se manifestaba, dejando una impresión duradera en la experiencia auditiva.
Un monje hojea los manuscritos de las Glosas Emilianenses, bajo una luz muy pobre, mientras escucha las voces de los monjes y la llamada del Abad fijando sus ojos en el siguiente párrafo de dichas Glosas:
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