Capitulo IV Monasterio, monarquía católica
En las sombrías tierras de Castilla y León, un sutil y misterioso proceso se había estado gestando desde el siglo XIII. Alfonso X, el sabio monarca, había iniciado una oscura danza de poder, tejiendo hilos invisibles de control en la Corona. La nobleza, una vez poderosa y altiva, comenzaba a sentir cómo sus privilegios se desvanecían como niebla en la bruma matutina. Tras los bastidores de las ambiciones reales, existía un mundo enigmático y sagrado, escondido entre los oscuros pasillos de los castillos y los antiguos monasterios.
Dentro de aquellos muros centenarios, se resguardaban tesoros invaluables: manuscritos sagrados escritos por manos santas que contenían la esencia misma de la fe. Estos antiguos pergaminos, protegidos con celo por la Iglesia, representaban una conexión directa con lo divino y eran considerados guardianes de la verdad espiritual.
A mediados del siglo XV, los Reyes Católicos ascendieron al trono, y con ellos, llegó la ambición sin igual de extender su dominio a todos los reinos de la península ibérica. Pero su reinado no solo estuvo marcado por la ambición política, sino también por el afán de unificar religiosamente a sus súbditos en torno al catolicismo.
La bendición papal fue otorgada por Inocencio VIII, quien concedió a los Reyes Católicos el derecho de Patronato sobre Granada y Canarias, otorgándoles el control de los asuntos religiosos en esas tierras lejanas. Aquel acto no solo aumentó el poder de la Corona, sino que también selló un vínculo estrecho entre la monarquía y la Iglesia.
Sin embargo, la Inquisición era la sombra que se cernía sobre aquel reinado, una institución temida y misteriosa que aseguraba la pureza de la fe. En 1478, una bula del papa Sixto IV creó la Inquisición en Castilla, uniéndola a la ya existente en Aragón desde 1248. Bajo esta institución, los herejes y disidentes eran perseguidos y juzgados implacablemente.
Fue en esta etapa que apareció en escena fray Tomás de Torquemada, el Inquisidor General, cuya figura se envolvía en un aura de severidad y temor. Su mandato fue duro, y su determinación en la persecución de aquellos que se apartaban de la fe católica dejó una marca oscura en la historia.
Entre intrigas políticas y dogmas religiosos, los Reyes Católicos dejaron un legado complejo e impactante, una época de luces y sombras que resonaría en la memoria colectiva por los siglos venideros.
SEGUIR LEYENDO https://elobrero.es/component/k2/115732-el-manuscrito-sagrado-capitulo-iv.html