Capítulo III
– Beltrán –
No hay más que dos legados: el de las ilusiones y el de los desengaños, y ambos sólo se encuentran donde nos encontramos hace poco: en el templo. De seguro que te llevó allá o una gran ilusión o un gran desengaño.
Había escrito en su diario de esos días Emily, con cierta fatiga y desconcierto por lo sucedido en la catedral de Chartres.
Sí, las dos cosas, sí. Porque la ilusión, la esperanza, engendra el desengaño, el recuerdo, y el desengaño, el recuerdo, engendra a su vez la ilusión, la esperanza. La ciencia es realidad, es presente, y yo no puedo vivir ya de nada presente.
La intrépida Emily, había pasado años investigando las leyendas y mitos que rodean a los templarios, convencida de que existía una ruta oculta que llevaba a un tesoro perdido. Ese tesoro que todo arqueólogo busca. Emily descubrió un antiguo manuscrito que contenía pistas encriptadas sobre la existencia de una ruta de los templarios que atravesaba Europa. Convencida de que este descubrimiento podría desvelar el destino final de los templarios y su legendario tesoro, reunió a un equipo de expertos y se embarcó en una apasionante búsqueda. Emily era una arqueóloga especializada en la Edad Media, y había encontrado antiguos pergaminos en una biblioteca remota, muchos, con determinados enigmas y símbolos que le hablaban a ella con certeza de que allí, encontraría todo. Emocionada y convencida de que este descubrimiento podría revelar una verdad oculta, decidió emprender una búsqueda personal para seguir los pasos de los legendarios caballeros templarios.
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