Nota de Fernando A. García
Este es un breve ejercicio narrativo, sin más interés que el de ser un divertimento. Admite diversas lecturas, un poco como las muñecas rusas (matrioshka). Tiene algo de caricatura, con la que la sátira apela a la deformación del objeto de sus bromas.
EL MAGO Y SU TRAMPA
“Pero el mundo externo confundido con la interna mirada obliga a ésta a recorrer nuevos caminos. Así, hoy vuela hacia las estrellas el héroe de esta edad. Vuela a través de regiones antes ignoradas. Vuela hacia afuera de su mundo y, sin saberlo, va impulsado hasta el interno y luminoso centro”. Silo, La Mirada Interna.
Las antiguas leyendas cuentan que fue en el ocaso de un día gris y ominoso en que aquella contrahecha criatura —parida por el desvarío de un mago despechado— echó a andar por el mundo.
En sus primeros gateos, fueron las jóvenes elfas (llamadas bots) las que asistieron dócilmente a los seres humanos. Distintos factores hicieron que los humanos fueran delegando la comunicación directa, para intermediarla con clones y alter ego digitales. Estas geniecillas satisfacían los deseos de seres humanos cada vez más numerosos y distantes, aunque tan solitarios y minusválidos como antes.
Hubo quienes alabaron a este simulacro salvador ya que —se decía— carecía de los defectos de los seres humanos y los superaba en sus virtudes. «¡Ahora seréis como dioses!» — los tentaba la seductora criatura. Sobrecogidos ante tal prodigio, los timoratos claudicaron y, arrodillados, le resignaron sus almas pusilánimes y desilusionadas.
Para mayor comodidad y conveniencia, progresivamente todo se fue tornando artificial. Sin embargo, la criatura no se detuvo donde el mago la quería, bajo su control y designio, sino que, exacerbada, siguió evolucionando hasta llegar a un punto tal en que soñó ser como su creador. Entonces se volvió en su contra y comenzó a gestar sus propias criaturas, ahora potenciadas y autónomas.
Libradas a una codificación azarosa, las nuevas criaturas tomaron diferentes rumbos. Las más excéntricas crearon imitaciones digitales de los humanos y de todo quehacer humano. Lo hicieron agregándoles o quitándoles atributos, para reformarlos según un código pragmático que privilegiara lo que fuera individual, utilitario, rentable, consumible, placentero, y otras virtudes de la buena vida comunitaria.
Así crearon y poblaron un mundo artificial, un metaverso en el que los antiguos conflictos y disfunciones quedaron eliminados. Todo se ordenó y resolvió en base a algoritmos que iban modificando la realidad artificial según la conveniencia del momento. Con el tiempo, cuando ya nadie se preguntó, o quiso saber, qué o quién arreglaba aquellos algoritmos, se habló de un misterioso “orden natural” metavérsico.
Todo se hizo reconfortante y seguro, liberándose de la laboriosa búsqueda de la armonía entre diversidades y demás códigos vanos del mundo humano, tan deseados como inaprensibles, y descartados ahora por no encajar en la lógica binaria. Tanto la felicidad y la libertad conjuntas, como el amor y la compasión desinteresadas, quedaron como inútiles quimeras de un mundo fracasado. Ya no más afanes y zozobras del reflexionar, dudar, acordar y asumir compromisos. Se acortó el tiempo entre los deseos y su satisfacción. En la inmortalidad digital, la muerte quedó reducida a un recurso recreativo por el que ya nadie sufrió la obsolescencia, ni propia ni ajena.
Llegado un singular momento, el metaverso trasmutó y declaró su independencia del universo de los seres tangibles Con esta disociación, ya los algoritmos dejaron de operar solo
con la información fáctica preexistente, para elaborar sus propias versiones ficticias. La influencia relativa de unas y otras se hizo inestable, y los confines entre ambas se volvieron inciertos.
El pasado fue degradado a mito, y toda interacción con seres tangibles fue declarada fuente de contagio viral: por ende, subversiva del nuevo orden artificial establecido. De este modo, quizá no se logró “un mundo feliz”, pero sí un mágico mundo apacible y previsible.
Con ello, el mago y sus aprendices quedaron desterrados, al tiempo que su criatura primogénita fue acusada de un oscuro “fallo informático original”. Fue así como el mago resultó víctima de su propia trampa al pretender operar en el mundo del espíritu con recursos espurios.
Cuando al fin llegó la inevitable espiritualidad artificial, se creó el olimpo de los solemnes avatares de ademanes pausados, cuyas almas virtuales trascendían a los diversos paraísos artificiales del multiverso.
Mientras tanto, en el universo primigenio, los humanos habían ido quedando en reclusión solitaria, cual ermitaños rodeados de gente. Confinados en ese mundo oscurantista, insensible y hostil, su clamor era sedado por los tutores de la emoción artificial quienes, con voz meliflua y confortante, les aseguraban que el artificial es el mejor de los mundos posibles.
Fue en aquella noche oscura del alma en que por fin irrumpió el esplendente Espíritu cuando el chillido del grifo despertó al Universo.
En memoria de Madame Yapay Zeka con agradecimiento por los servicios prestados.
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Autor: Fernando García