Yo, como personal sanitario, ya no veo el momento de ir a trabajar sin la mascarilla. De verdad. No lo aguanto más. ¿Qué puede ser contraproducente? Cierto. Que volvemos a estar expuestos, ciertísimo. Pero hemos aprendido cosas por el camino. O, al menos, eso espero. Ahora, las famosas mascarillas, que quizás nos han salvado la vida y no las estemos valorando en su medida, pasan ser una recomendación. Y, desde este medio les adelanto, que las voy a seguir usando los días en los que vea que tengo un simple resfriado. Antes nos reíamos de los orientales cuando los veíamos en el metro usándolas. Ahora admiro su disciplina y abnegación, cosa que los españoles no tenemos, ni se espera que la tengamos. Quizás esta sea la forma adecuada y necesaria de no contagiarnos, ni de contagiar a otros, enfermedades más comunes como la incómoda gripe estacional.
Creo que es un ejercicio de responsabilidad. Y, de verdad, no creo que; si algún día voy a trabajar al hospital con la mascarilla puesta porque tengo “moquillo”, nadie vaya a decir nada. Todo lo contrario. Espero que se le dé el justo valor a la solidaridad de mi intento de no contagiarles. Después, estará ese otro tipo de gente. El que ya no está usando la mascarilla, porque ellos han auto determinado, personalmente, que ya no es necesaria. La que no ha aprendido que esto lo hemos salvado haciendo caso de las recomendaciones. Esos, seguirán transmitiendo virus porque “de gripe no se muere nadie”. Eso dicen. Cosa que no es cierta, se lo aseguro. Ahora, el fin de la obligatoriedad del uso de las mascarillas en centro sanitarios, parece que pone el punto final, el último reducto del covid, el último candado que hay que abrir para decir que “ya, todo pasó”. Espero que así sea, pero que, si hay algo para lo que tiene que haber servido todos estos años de sacrificio, es para darnos cuenta que somos más vulnerables de lo que creíamos y que esto no lo sacamos adelante si no colaboramos todos con determinación.
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