Si hay algo que los políticos argentinos saben, aunque digan lo contrario ante el clamor popular futbolero, es que los resultados de la Selección argentina en el Mundial de Qatar son tan temporales como los triunfos electorales. Un peronista de la «vieja guardia», que de tanto en tanto visita Casa Rosada, advirtió a este periodista que «cuando un equipo sale campeón del mundo, apenas termina los festejos tiene que empezar a pensar en clasificar para la próxima competencia, porque ser el mejor ese año no le garantiza participar en el mundial que viene», además infirió que «en política es lo mismo pero con tiempos más acotados, se celebra la victoria en las urnas, pero en cuestión de meses todo se hace humo, y hay que reconocer que muchas veces por impericia del ganador».
La frase remite a la idea que repiten varios actores de la sociedad. Tiene que ver con colegir que armar alianzas para ganar elecciones no es tan difícil, pero si gobernar. La alianza Cambiemos -con Mauricio Macri a la cabeza- lo sabe, ahora también está al tanto de este dilema el Frente de Todos y su jefa máxima, Cristina Kirchner.
El que causalmente se refirió indirectamente al tema, fue precisamente el director técnico del equipo local, Lionel Scaloni, quien señaló que «la sensación hoy es de alegría. Festejamos, pero mañana hay que preparar el partido siguiente. La alegría dura muy poco y hay que tener un equilibrio cuando se gana y cuando se pierde», afirmó, y agregó casi como un mensaje a los exitistas argentinos de todos los ámbitos: «habría que tener un poco más de sentido común y pensar que es sólo un partido de fútbol. Parece que nos jugamos más que eso. Eso mismo sienten los jugadores en la cancha. Es difícil hacer entender a la gente que mañana sale el sol se gane o se pierda».
La agotadora interna en la administración central, incluyendo la que atraviesa a la oposición, ha llevado al votante a un cansancio extremo. Y todavía falta un año de un Gobierno que seguirá con sus luchas endógenas, que además ha planteado una lógica disruptiva a la hora de gobernar. Nos referimos a una vicepresidenta que pretende conducir y gobernar (a la vez) mediante un ministro de Economía en el cual no confía, y un presidente que sólo desarrolla una función institucional, sin participar en la determinación de las altas cuestiones de Estado. Un tema que cada vez le genera más resentimiento.
Desde la cartera de Hacienda, Sergio Massa, ejecuta una estrategia que tiene una única finalidad: que no estalle todo por los por aires. Algo que lleva a la totalidad del funcionariado a jugar con fuego, porque vale decir que el gobierno que se fue en 2019 dejó una inflación del 53,8% interanual. Alberto Fernández cumplirá -el 10 de diciembre- tres años al frente del Poder Ejecutivo y doblará esa cifra que, si no hay sospechosos cálculos oficiales desde el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC), llegará a los tres dígitos.
Resulta preocupante que con este espinoso cuadro de situación -y a 12 meses de que asuma otra administración- la prioridad de la clase política sea posicionarse de cara al 2023. Y nos referimos a una dirigencia (oficialista u opositora) que tiene sus bases con cada vez más divisiones, un fenómeno que se observa y grafica en las peleas de poder que se ven en las altas esferas partidarias.
Un Mundial y sus resultados nunca influyeron o determinaron una votación. No pasó en plena dictadura, cuando en 1978, y después de obtener el principal título del planeta en Buenos Aires, empezó su proceso de salida, que ni siquiera pudo sostener apurando el criminal conflicto de Malvinas contra, nada más y nada menos, que la OTAN.
En 1986, Diego Armando Maradona subió al balcón en que tantas veces se vio a Juan Perón, junto a sus compañeros de equipo. Fue un símbolo que el radicalismo alfonsinista pretendió utilizar en medio de la debacle económica que derivó en una hiperinflación que llegó a 3079%. Sin embargo, cinco meses antes de cumplir su mandato, Raúl Alfonsín tuvo que entregar el bastón de mando a su sucesor, Carlos Saúl Menem. Un hecho que ocurrió un excepcional 8 de julio de 1989.
Las alegrías futbolísticas no son más que eso. Las tristezas también. En cambio, la vida social, económica y política de un país no goza de la inmediatez del gol certero -y en el momento justo- que garantice el galardón, que al menos de la sensación de cuatro años de liderazgo.
«Gobernar es mucho más difícil que el fútbol, y los goles hay que hacerlos todos los días», asegura un referente peronista que camina el territorio bonaerense preocupado por lo que vendrá, pero eso si, sin sacarse la camiseta que en su espalda lleva el número 10 y un nombre; el de Lionel Messi. Paradojas de la Argentina.
Juan Pablo Peralta, periodista acreditado permanente en Casa Rosada y el Parlamento nacional argentino.
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