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viernes, diciembre 13, 2024
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Diós está entre los pucheros y también entre los trenes

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Por José Antonio de Yturriaga Barberán

Embajador de España

Últimamente está de moda bautizar a las estaciones de ferrocarril con nombres de personajes más o menos ilustres. Así, la de Valencia recuerda a Joaquín Sorolla, la de Málaga a María Zambrano y la de Atocha en Madrid a Almudena Grandes. El abulense Antonio Sierra -antiguo director del Instituto Cultural de Dublín y agregado cultural de la Embajada en Irlanda- ha propuesto al Ayuntamiento de Ávila que den a la estación de la ciudad el nombre señero de Teresa de Jesús. Me parece una propuesta acertada que apoyo en la medida de mis limitadas fuerzas, ya que hay precedentes Si la estación de Sevilla se honra con los nombres de sus santas patronas Justa y Rufina, Teresa tiene méritos más que sobrados para ceder su santo nombre a la estación de su ciudad natal.

 

Biografía de Teresa de Ávila

Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada nació en Ávila en 1515 y era nieta por la vía paterna de un judío converso. Ya desde niña, devoraba los libros de caballería y de vidas de santos, que fomentaron su juvenil imaginación. Siendo muy pequeña, se escapó de su casa junto con su hermano Rodrigo para ir  a “tierras de moros” para confesar su fe cristiana e incorporarse al cupo de los mártires. Era una persona extraordinaria en todos los sentidos: Como religiosa, como mística, cómo escritora, como fundadora de conventos y priora y, sobre todo, como persona,  según sé revela en su autobiografía. Ingresó como doncella seglar en el convento de Gracia,, pero tuvo que abandonarlo por sufrir una grave enfermedad. Durante su convalecencia en la casa de su padre decidió entrar en religión, lo que hizo en 1536, cuando ingresó en el convento de la Encarnación, a extramuros de las murallas de Ávila, con el nombre de Teresa de Jesús. Sus primeros años como religiosa estuvieron empañados por una enfermedad tras otra que soportó con entereza, paciencia y espíritu de sacrificio. Durante toda su agitada vida padeció, numerosas dolencias, pero tenía una mala salud de hierro, que superaba gracias a la fuerza de la oración. Como contaba  en “Las moradas”, orar es como hacer un huerto en tierra infructuosa en la que crecen malas hierbas, pero al Señor las arranca y planta otras buenas. “Con la ayuda de Dios, hemos de procurar-como hacen los hortelanos- que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas mediante la oración”. Fue maestra en el juegos de las paradojas: “Yo, como no puedo comprender, lo que entiendo es no entender entendiendo”, o su famoso poema:

“Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero. 

Vivo ya fuera de mí,

después que muero de amor;

porque vivo en el Señor,

que me quiso para sí:

Cuando el corazón le di

puso en él este letrero,

que muero porque no muero…”

            Tras superar sus dolencias y enormes dificultades, en 1562 fundó en Ávila el convento de San José, que sirvió de banco de pruebas para la reforma de la Orden Carmelita, creando la rama de las Carmelitas descalzas. Con él inicio su hiperactiva vida de fundadora, que le llevó a recorrer media España, de las dos Castillas a Andalucía, y de Extremadura a Murcia. No convence en fundó conventos en Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Segovia, Salamanca, Alcalá de Henares, Alba de Tormes, Beas del Segura, Sevilla -con la ayuda de su hermano Lorenzo que había hecho fortuna en Ecuador-, Caravaca, Villanueva de la Jara, Burgos, Valencia, Soria y Madrid. Encontró la firme oposición de los Carmelitas calzados que se oponían a la reforma, fue objeto de graves acusaciones y fue denunciada en 1575 a la Inquisición por Ana de Mendoza, princesa de Éboli. El nuncio Sega la calificó de “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que -a título de devoción-inventaba malas doctrinas”. La Inquisición no encontró nada erróneo ni en sus enseñanzas ni en su conducta, y Teresa recibió el apoyo de Felipe II para que consolidara la reforma del Carmelo. Contó con el inestimable apoyo de Juan de Santo Juan de la Cruz en religión-, al que llamaba su “frailecillo”, que llegó a ser encarcelado por la jerarquía de los Carmelitas calzados. También consiguió el respaldo de destacados frailes como Pedro de Alcántara, Luis de León o Luis de Granada. El papá Pío IV autorizó las Reglas de Nuestra Señora del Monte Carmelo, permitió que coexistieran las ramas de Carmelitas calzados y descalzos, y concedió a éstos una prelatura independiente de la de aquéllos.

Pese a su ajetreada vida y entre fundaciones y visiones, tuvo Teresa tiempo de escribir varias obras que, una vez impresas, circularon con celeridad por iglesias y conventos, para satisfacción de unos y escándalo de otros: “La vida de Teresa de Jesús”, “Camino de perfección”, “Las moradas del castillo interior”, “El libro de las fundaciones”, “Relaciones y mercedes”, “Desafío espiritual” y “Meditaciones sobre los Cantares”. Compuso 30 poemas, entre los que se encuentran algunos de los más sobresalientes de la mística, en pugna amistosa con San Juan de la Cruz. También escribió numerosas cartas de enjundia, de las que se han publicado 470. Jamás se han escrito cartas tan deliciosas sobre los alegres, vigorosos, impacientes y santos correteos de sus fundaciones, que constituyeron un entretenimiento vibrante y sin interrupción.

Murió en 1572 en olor de santidad, fue beatificada en 1614 y canonizada en 1642. Fue propuesta en 1923 a ser declarada doctora de la Iglesia, pero el papa Pío XI se opuso por motivos de sexo, siguiendo el talante misógino de San Pablo, que excluyó a las mujeres de la dirección de la Iglesia. Pablo VI la proclamó en 1970 doctora de la Iglesia, siendo la primera mujer a la que se confirió tan alto honor, junto con Santa Catalina de Siena. La Universidad de Ávila la ha nombrado doctora “honoris causa”.

 

Biografía de Teresa de Ávila de Kate O’Brien

            Uno de los aspectos que quiero destacar en estas líneas es el de la enorme humanidad de la santa, su sencillez pese a su profunda cultura, su cercanía con la gente, su rebeldía con causa y su gran sentido del humor, rasgos que han sido puestos de manifiesto en la deliciosa biografía de Teresa escrita en 1951 por la autora irlandesa Kate O’Brien. La escritora vino a España en 1922 para trabajar en Portugalete como institutriz en casa de la familia Areilza y quedó prendada de España y, especialmente, de Ávila, de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz. Según su biógrafo, Eibhear  Walshe, le atraía el alma esencial de España, en la que veía una solitaria y roble espiritualidad derivada de su paisaje austero y expresada en la vida y creencias de estos dos grandes místicos. Su ciudad favorita era Ávila -donde residió largas temporadas-, en la que veía la esencia misma del espíritu español. En ella descubrió a Teresa de Jesús y escribió un retrato personal de la misma. Según declaró, no pretendió escribir sobre una Santa, sino examinar a Teresa, no no por las reglas de la canonización, sino por lo que fue ella misma, una mujer genial y una de las más grandes de la historia de la Cristiandad. Puso de relieve que se comportó, actuó y escribió como una precoz feminista y describió su aspecto más contestatario. Mostró su lado más humano y su faceta como incansable reformadora de la Orden Carmelita -a pesar de los tremendos obstáculos con los que se tuvo que enfrentar- y fundadora de quince conventos y dos monasterios, lo que le costó ser controlada de cerca por sus superiores y sometida al escrutinio de la Inquisición. Destacó la determinación e indomable carácter de una mujer de acción, que supo luchar contra el poder religioso establecido -sin salirse de los límites de la Iglesia-y dirigir con éxito una gran organización de mujeres en un mundo de hombres. “Fue una figura pública, una política, una combatiente contra las fuerzas visibles de su tiempo”, pese a lo cual consiguió el apoyo a sus reformas de Felipe II e incluso del propio Papa.

Aunque no poseyera los dotes tradicionales requeridos para santidad, Teresa fue para Kate “la más cálida, ingeniosa, perspicaz y pura de todos los santos”. Mediante la experiencia combinada y constante de la auto µdisciplina, la modestia; la valentía y la inteligencia, se convirtió en ” la menos pretenciosa, la más accesible y la más serena de todos los místicos cristianos” y, merced a su clara expresividad, su tempestuosa y atormentada vida brilla hoy a través de la historia humana como el ”camino de perfección” en que ella la transformó. Nunca perdió el control de su brillante sentido común y su capacidad de mantenerse distanciada de sí misma. Escribió brillantemente y con soltura, y sus escritos son “un gran regalo que ofreció a la vida”. Era inquietante y también algo loca, pero fue mucho lo que llevó a cabo. “El encanto convivía con la santidad, el ingenio con la visión y la sencillez humana con los trances inefables”. Se quejaba a menudo con confianza a su Señor, quien en una ocasión, durante una visión, le  dijo  “Teresa, así trato a mis amigos”, a lo que ella replicó con espontaneidad: “Por eso es por lo que tienes tan pocos”.

            En 1961 O’Brien vivió unos meses en Ávila y realizó en la BBC varios reportajes sobre España, a la que adoraba y consideraba la” femme fatale” de Europa, hasta el punto de que apenas quiso conocer otros países. En “Farewell Spain” (1937) escribió que su amor a España había sido “amplio y pausado, perezoso y también egoísta, pero sé que, dondequiera que vaya, nunca seré capaz de amar tanto a una tierra como he amado a la española”. Ávila ha honrado a su admiradora poniendo en 2011 su nombre a una de sus calles, que curiosamente desemboca en la estación de ferrocarril de la ciudad.

 

Mis conexiones con Ávila

Visité Ávila por primera vez como miembro de la Tuna de la Universidad de Sevilla en la Navidad de 1955 y aún guardo el recuerdo de la serena belleza de la ciudad amurallada y del frío que pasamos, que apenas nos permitía tocar nuestros instrumentos porque se nos congelaban los dedos. Tuve una especial vinculación con la ciudad porque en ella vivió y murió mi tía Pilar, hermana de mi padre y religiosa de la congregación granadina Siervas del Evangelio -sor Sagrado Corazón en religión-, que le echaron una mano a las Carmelitas de clausura del convento de la Encarnación, en el que profesó Santa Teresa y del que llegó a ser priora. Solía ir a verla cuantas veces podía, que no fueron tantas como las que me hubiera gustado, debido a que- por mi profesión diplomática- pasaba largas temporadas fuera de España. En mi época de embajador en Irlanda, entré en contacto con la vida y la obra de Kate O’Brien, quien  -además de su biografía sobre Teresa de Jesús- había escrito un par de  novelas conectadas con España, como “Mary Lavelle” (1936) –traducida por ”Pasiones rotas” y “That Lady” (1946)  -“Esa dama”-, sobre la princesa de Éboli, precisamente la que delató a Teresa a la Inquisición. En 1971 visitó por última vez España y, cuando murió tres años más tarde, estaba escribiendo una tercera novela ambientada en nuestro país.

La propuesta de Sierra no solo me parece justa, sino también justificada. Salvando las distancias, cabe mantener que Santa Teresa fue una de los precursoras del transporte multimodal, pues recorrió cientos de leguas en carromato, a lomos de burra y en el coche de San Fernando –“un rato a pie y otro andando-. Cuántos miles más de kilómetros habría recorrido la “inquieta y andariega” Teresa, si en su época ya se hubieran inventado los caminos de hierro. Como solía decir con su proverbial llaneza “Dios está entre los pucheros”, por lo que no cabe duda de que también está entre los trenes, las vías y los andenes, sobre todo en los trayectos que no son de alta velocidad. Por otra parte, tengo la convicción de que,  si O’Brien viviera, sería la primera en firmar la petición a la Municipalidad para que se diera el nombre de la Santa a la estación ferroviaria, y así podría estar viariamente unida a su admirada Teresa. No se trata de que el Ayuntamiento honre a Teresa de Ávila concediéndole su nombre a la estación, sino que sería la estación y la ciudad las que se verían honradas por acogerse a su santo nombre. Si Justa y Rufina honran con su nombre la estación de mi Sevilla, con mucho más motivo debería hacer lo propio la estación de Ávila con el nombre de su Teresa.

Por todo ello, me uno con entusiasmo a la petición realizada por mi antiguo colaborador Sierra y puede que la Santa haga uno de sus milagros y consiga que lleguen a Ávila los trenes de alta velocidad.

Madrid, 10 de diciembre de 2024

Enviado por José Antonio Sierra

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