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jueves, diciembre 12, 2024
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Cuando termine el fervor mundialista, Argentina se enfrentará a la realidad de tener 43% de pobres

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Nunca, como esta vez, la sociedad argentina supo que cuando se termine la fiesta mundialista, más allá de los resultados, la realidad que la aguarda a la vuelta de la esquina es durísima. En otros contextos de este tipo de fiestas del fútbol mundial, en las que la selección nacional alcanzó triunfos o subcampeonatos (nada menos que tres), se tuvo tanta consciencia sobre la finitud de la felicidad -o hasta de la tristeza de una derrota- cuando llegue el día después.

La copa de 1978 se dio en el marco de una dictadura cívico-militar-clerical feroz. Faltaban cuatro años más para que el autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional genocida dejara el Poder. En el ’86, todavía debían pasar tres años para que el presidente Raúl Alfonsín entregara el bastón de mando cinco meses antes de lo que marcaba la Constitución de entonces. Algo que ocurrió en medio de una crisis que producía 3000 por ciento de inflación y era una máquina de generar pobres.

El drama que dejaron los militares tuvo -después de Malvinas- y como una bocanada de aire fresco, la vuelta de la democracia. En el caos de la economía de guerra radical hubo eventos positivos, como el de los juicios a las Juntas (luego ensombrecido por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida), y sobre su final, una esperanza que se convirtió en tragedia social en diez años; el Plan de Convertibilidad de Carlos Menem y Domingo Cavallo, quienes detuvieron la suba de precios a un costo del que todavía no logra salir.

Resultados negativos que tienen la absoluta responsabilidad de la corporación política -y por supuesto- de quienes votamos. Ciudadanos que seguimos sosteniendo la idea del salvador que llegue a la Casa Rosada para conseguir que la Argentina sea un país que brinde las mismas posibilidades a todos. Un colega periodista, le dijo una vez a quien escribe este artículo algo difícil de cuestionar: «Sarmiento, Rosas, Yrigoyen, Uriburu, Perón, Illía, Frondizi, López Rega, Videla, Alfonsín, Menem, Duhalde, los Kirchner.. todos Industria Nacional».

Es cierto, los pueblos tienen los gobernantes que se merecen, pero también -y esto es lo que más lleva a la reflexión- aquellos que más los representan según las coyunturas.

Cuando se apaguen las luces de Qatar 2022, los argentinos nos enfrentaremos a una pobreza que supera el 43% (dato del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, UCA). Es decir que casi la mitad de esta nación no llega a tener una vida digna. Entre esos pobres hay un 4% que directamente no llega a alimentarse porque están sumidos en la indigencia total. El tres por ciento que se ve colmando las tribunas en el emirato oriental, o que puede tener una vivienda propia, un automóvil, que se puede ir de vacaciones, forma parte de una poción cada vez más pequeña de la población.

La clase política se dirime -entre goles de Messi y el exitismo deportivo- en una batalla interna por conseguir quedarse con el control del Estado en las elecciones de octubre de 2023. El promedio del 100 por ciento de inflación con el que se termina el ’22, después de ocho años -entre la administración de Cambiemos (que dejó un 53,8%) y casi el doble del Frente de Todos- parece no hacer mella en un esquema de alianzas partidarias que vive en una suerte de realidad paralela a la que atraviesa el común denominador de la gente.

El conjunto de privilegios que ha acumulado -y sigue ostentando- la administración de turno genera un rechazo generalizado en el votante, que más allá de «la grieta», entre unos que se auticalifican «liberales», y otros que aseguran representar al «campo nacional y popular», es un gran negocio que produce el efecto: «A mayor polarización, mayor ceguera electoral». El resultado directo es que no se debaten proyectos sino personas. Bonapartismos demodé que se potencian mediáticamente, y con mucho mayor efecto a través de las redes virtuales.

Entre los celos que el presidente Alberto Fernández le tiene al ministro de Hacienda Sergio Massa (debido a convertirse en el nuevo niño mimado de la Vicepresidenta Kirchner), los incrementos de las tarifas de luz, agua y gas; de los alquileres; los combustibles; las expensas; los medicamentos; la salud y educación privada (y de los costos en la pública por suba de útiles, manuales, libros, apuntes, etc); alimentos, y el resto de rubros del mercado, pasan desapercibidos gracias al fervor futbolístico. Un espejismo con fecha de vencimiento.

La peleas endógenas en las dos coaliciones mayoritarias en las que está partido el electorado, tienen un problema aún mayor. Quien se imponga en 10 meses deberá afrontar la herencia de un esquema que por ahora tiene un sólo objetivo: aguantar diez meses, hasta que se desarrollen las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Una votación de la que ya varias provincias se han despegado para amortiguar la derrota de un peronismo que tiene a su principal líder (Cristina Kirchner) procesada, pero manteniendo el principal caudal de votos. Una paradoja que lo impulsa a tener que evitar un desastre en los comicios reordenándose detrás de la jefa política del oficialismo.

Del otro lado, el alcalde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, se debilita ante los denominados halcones de Juntos por el Cambio. Nos referimos al ex presidente Mauricio Macri y su potencial delfín, Patricia Bullrich (otrora ministra de Seguridad de Cambiemos).

Habrá que ver, en esta gravísima circunstancia, cómo hace un gobierno no peronista para sostenerse durante cuatro años (2023-2027). Quienes analizan el cuadro de situación -proyectándolo al futuro- no apuntan tanto a la oposición que puedan ejercer los actuales oficialistas, sino a la clase media (y media baja) que continúa su caída libre, y por supuesto, a los sectores vulnerables que están sobreviviendo mediante planes sociales que se mantienen por debajo de la indigencia. Ni que hablar de aquellos que directamente no tienen siquiera el beneficio de una asistencia estatal.

La corporación política argentina teme -debido a la amarga experiencia de 2001- un estallido social cada vez que se está cerca de fin de año. Este diciembre no es la excepción. Sin embargo, lo que se hace para evitar que se termine la paz social es lo de siempre: repartir bonos, aumentos ínfimos de salarios, bolsones de comida, oferta de comedores y merenderos para pasar la Navidad y el Año Nuevo, y otro tipo de ayudas caritativas que no representan más que parches temporales. Una alusión tan finita y peligrosa como el fanatismo que produce la pasión temporal por el fútbol.

Juan Pablo Peralta, periodista acreditado permanente en Casa Rosada y el Parlamento nacional argentino.

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