Buenos Aires, Argentina –
Argentina enfrenta las elecciones de resultado más incierto desde el regreso a la democracia, hace 40 años, ante la participación del ultraderechista Javier Milei, que irrumpió a través de su histrionismo mediático a la escena política hace dos años, con una agenda que impulsa el odio, la dolarización y la reducción del Estado, y que el 18 de noviembre irá por la presidencia ante el oficialista Sergio Massa.
Milei es negacionista del cambio climático y del genocidio de la dictadura, contrario al aborto legal y a la educación pública. El 19 de noviembre deberá enfrentar al candidato oficialista (y aun ministro de Economía) Sergio Massa. El motor de las derechas es la libertad de explotación y saqueo, a veces para sus patrones vernáculos, pero sobre todo para favorecer a los “dueños de mundo”.
Plantea privatizaciones de los ferrocarriles, de Aerolíneas y de otras empresas estatales -lo que significaría miles de despidos, el cierre de entidades estatales, de la cultura, de la ciencia y la tecnología- y desparrama misoginia por doquier y una reversión de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual.
La amenaza del libertanismo salvaje y desbocado logró una de los objetivos de la derecha: desinflar las posibilidades de cambios progresistas de ganar el oficialismo. Como en varias experiencias internacionales, desde el vamos se impuso un mal menor; la propuesta de un frente cada vez más amplio para defender cada vez menos conquistas para las mayorías .
El miedo de la primera vuelta de octubre se debió al castigo recibido en las primarias de agosto, suicidando cualquier esperanza de futuro mejor y para todos. Detrás de la idea de “la lucha contra el fascismo” pareciera que se está escamoteando el avance por vía democrática de las contrarreformas que reclaman 46 millones de argentinos.
Los apresurados profetas de la nueva hegemonía mileísta, hoy reconocen que Milei no sólo no expresa un movimiento fascista, sino que tampoco pudo consolidar una ultraderecha sólida, por lo que se vio necesitado de las muletas que le solicitó al expresidente neoliberal Mauricio Macri para poder tener posibilidades en el balotaje.
Pese a los rasgos fascistizantes de su discurso y sobre todo el de su candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel, no conformaron un movimiento fascista. Algunos análisis impresionistas suponían que el triunfo de Milei en las elecciones primaria e internas de agosto suponía el nacimiento de una nueva hegemonía meritocrática, concurrencial, hipercapitalista, individualista y salvaje. Sus posiciones expandieron los límites de lo hasta entonces aceptable, generarando una nueva normalidad.
Milei, candidato de la Libertad Avanza, mientras bombardeaba al Estado, financió casi el 90% de su campaña electoral con dinero del Estado. Fue quien menos financiamiento de empresas privadas recibió y el que más aportes del Estado necesitó para financiar su campaña. De lo casi 455 millones de pesos reibidos, el 12,5% fueron de aportes privados y el 87,5% de la caja del Estado.
En medio de una crisis que afecta a la inmensa mayoría de los argentinos, pero que tiene su mayor expresión en los sectores más humildes y en amplias franjas de los sectores medios, desde hace un tiempo se viene hablando de un posible “estallido”. Con una pobreza que supera el 40% y la historia de lucha del pueblo argentino (peronismo, Cordobazo, estallido del 2001), hacen que no se descarte esa posibilidad.
Gane quien gane, gobernar no será fácil. Ninguna fuerza política tiene mayoría propia en alguna de las Cámaras. El bloque de Unión por la Patria (UxP) es la primera minoría en Senadores y Diputados. Todo lo demás se irá aclarando en la medida que pase el tiempo y se defina el poco probable bloque único de La Libertad Avanza de Milei y de Juntos por el Cambio, una coalición a punto de disgregarse.
La internacional libertaria
Milei no llega solo y desamparado a la contienda, sino de la mano de la internacional capitalista, la que moviliza el movimiento libertario de extrema derecha (en inglés los llaman libertarians) y, obviamente, está muy bien financiada: funciona a través de un inmenso conglomerado de fundaciones, institutos, ONGs, centros y sociedades unidos entre sí por hilos poco detectables, entre los que se destaca la Atlas Economic Research Foundation, o la Red Atlas.
La Fundación Nacional para la Democracia (NED) y el Departamento de Estado, que cuentan con entidades públicas que funcionan como centros de operación y despliegue de líneas y fondos como la Fundación Panamericana para el Desarrollo (PADF), Freedom House y la Agencia del Desarrollo Internacional de EEUU (Usaid), son los principales entes actores que reparten directrices y recursos, a cambio de resultados concretos en la guerra asimétrica en la que participan.
Atlas cuenta con 450 fundaciones, ONGs y grupos de reflexión y presión, con un presupuesto operativo de cinco millones de dólares (2016), aportados por sus fundaciones “benéficas, sin fines de lucro” asociadas, que apoyaron, entre otras al bolsonarismo en Brasil y a organizaciones que participaron de la ofensiva en Argentina, como las fundaciones Creer y Crecer y Pensar, un think tank de Atlas que se incorporó al partido (Propuesta Republicana, PRO) creado por Mauricio Macri; a las fuerzas de oposición en Venezuela y al candidato de la ultraderecha chilena.
Stephen “Steve” Bannon es un ejecutivo de medios estadounidense, estratega político, ex banquero de inversiones en la compañía Goldman Sachs y ex presidente ejecutivo del portal Breitbart News. Se desempeñó como jefe de campaña de Donald Trump y luego como estratega jefe de la Casa Blanca hasta el 18 de agosto 2017, cuando fue despedido.
Bannon ha hecho campaña y ayudado financiera y mediáticamente a varios movimientos políticos europeos de derecha y extrema derecha: el Frente Nacional de Francia, la Fidesz de Hungría, la Liga del Norte de Italia y VOX de España, entre otros. Fue estratega de la campaña electoral de Jair Bolsonaro y fundó en Bruselas The Movement, una especie de internacional de extrema derecha con Trump, Bolsonaro, Salvini y Orbán de referentes.
Es principal inversor de la consultora de datos Cambridge Analytica, que accedió a los datos de 50 millones de usuarios de Facebook para influir su voto en favor de Donald Trump. Se define a sí mismo como populista nacionalista, anti-elites globalistas, pero defensor del libre mercado. Es un furibundo anti-inmigración hispana y musulmana, anti-políticas de género, anti-aborto, anti-LGBT, un firme defensor de la “guerra económica” con China.
Enemigo público del papa Francisco, básicamente es un gran estratega de la comunicación moderna, especialista en utilizar Internet y las redes para la acción política, sin titubear en el uso de fakenews shitnews y campañas de desinformación y destrucción moral de los adversarios. El discurso de Bannon comienza a instalarse en la región al mismo tiempo que Estados Unidos renueva su interés por su “patio trasero”, donde ve que su rival China está ingresando a paso firme.
Peter Thiel es dueño de Pay Pal, pero su principal emprendimiento es Palantir, una sigilosa empresa de recolección de datos que ganó fama trabajando para la CIA y el Pentágono. Lo interesante es el decálogo que ha escrito sobre sus ideas y que difundió la Agencia Paco Urondo en Argentina.
Afirma que la libertad del individuo está por encima de todo, que hay que reducir el Estado a su mínima expresión, y que los impuestos deben eliminarse. Será la mano invisible del mercado la que regule las necesidades sociales, dice.
Asimismo afirma que la propiedad privada es sagrada y que cualquier atentado contra ella es máximamente penalizable, y señala que se debe instaurar y defender los monopolios, porque la competencia es de perdedores.
Thiel habla de prescindir de la seguridad social y los programas de asistencia. La ayuda a los más necesitados la canalizarán las empresas a través de iniciativas de caridad. Propone suspender los tratados de comercio internacionales, dice.
Exige además, total libertad para llevar armas, y también total libertad para tomar drogas mientras su uso no degenere en violencia: la libertad del individuo por encima de todo. Asimismo propone respeto ante cualquier condición sexual y reducir la intervención exterior en conflictos y guerras. Cualquier similitud con los planteos de Javier Milei, no es mera coincidencia.
La ultraderecha en Argentina
Hoy, la ultraderecha disputa consenso electoral en la Argentina, en un camino ya recorrido por Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Paraguay, además de Italia, Francia, Polonia, EEUU y otros países, y que tiene como abanderado al libertario Javier Milei, con el apoyo directo de Mauricio Macri, quien fuera el primer no radical ni peronista presidente por elecciones en tiempos constitucionales. Sin dudas, Milei y Macri son expresión de los cambios regresivos en el capitalismo local y mundial.
Para entender el avance de las derechas más allá de las especificidades nacionales, se deben tener en cuenta los cambios en el capitalismo, hoy de plataformas y vigilancia, en una visión de largo aliento. En el medio siglo transcurrido desde el golpe en Chile, las derechas resignificaron sus proyectos políticos en función de los reaccionarios cambios operados en la organización económica capitalista.
La nueva estrategia capitalista supuso modificaciones sustanciales en las relaciones sociales de producción, en el ámbito empresario, en las relaciones estatales y en las internacionales. Las derechas asumen el proyecto de máxima del capital, e insisten en avanzar sobre los derechos laborales y de jubilación, los de género o sociales, tales como la educación o la salud pública.
El mundo cambió en el último medio siglo junto con la inmensas transformaciones tecnológicas: cambió la relación capital trabajo (y si no hay trabajo tampoco habrá trabajadores), y también la función asumida por el Estado con las privatizaciones y desregulaciones junto a la apertura al extranjero, y la transnacionalización del capital, medidos con la varita de la especulación y la deuda pública.
El psiquiatra Federico Pavlovsky señala que“La polarización política refuerza la situación de incertidumbre generalizada y como resultado se afecta de manera directa al estado de ánimo y se promueven síntomas de ansiedad. Proliferan las angustias y tristezas que podrían traducirse en trastornos depresivos. La información genera efectos subjetivos y anímicos”.
A tono con la noción de sobrecarga informativa, se hallan otras nociones como la “infoxicación”, que va un paso más allá: el consumo no solo es voraz, sino que también es tóxico, porque la información veraz se entremezcla con la imprecisa o directamente errónea.
Rocco Carbone, doctor en Filosofía, afirma que “Milei es un aparato de Macri. Digo esto sobre la base de que asientan sus formas cognitivas, psicológicas y políticas sobre la estructura dualista. Lo son tanto que configuran el campo antagonista que quiere exterminar al kirchnerismo”.
Antes de exterminar al kirchnerismo -sector más progresista dentro del anquilosado peronismo- trataron de exterminar a las dos veces presidenta y aún vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner: el disparo de la pistola que tenía cerquita de su sien no salió (o no debía salir), dejando un mensaje mediático mafioso: “Puedo matarte cuando quiera, a ti, a tus hijos, a tus nietos, a tus seguidores”.
Los resultados mediocres del gobierno del intrascendente Alberto Fernández se tradujeron también en un recrudecimiento de la persecución política contra ex funcionarios kirchneristas –incluyendo a la propia ex presidenta– implementada a través de la santísima trinidad conformada por los medios hegemónicos, la justicia federal y los servicios de seguridad, el famoso lawfare.
Macri hizo implosionar sistemáticamente a “su” coalición neoliberal Juntos por el Cambio. Lo hizo de manera sucesiva, hasta apropiarse de la figura de Patricia Bullrich, candidata presidencial de su fuerza que perdió ante Milei la llamada opción por el cambio, y quedó fuera de la segunda vuelta del 19 de noviembre.
Asombrosamente, Macri, quien desistió de presentarse a estas elecciones para evitar una muy probable derrota, logró hacerse cargo de la campaña del ultraderechista e incluso dejó trascender la existencia de un acuerdo que se apuró en desmentir el propio Milei.
Macri está convencido que ese casi 24% de votos que logró Bullrich le pertenecen a él: en definitiva es el capo-mafia. Y sus cálculos aritméticos son creibles: si suma ese porcentaje de Bullrich con el casi 30% de Milei, nadie les arrebatará la presidencia. Lamentablemente para él, deberá convencer a sus seguidores a que voten por Milei.
Lejos de ser un líder providencial, Milei es el emergente de una crisis de representación (que es mucho más que una crisis económica, social o política). No sólo no expresa un movimiento fascista, sino que tampoco pudo consolidar una ultraderecha sólida, cayendo en manos de Macri.
Esta vez el embajador estadounidense Marc Stanley no exigió un golpe de Estado o la instauración de un régimen “fascista”, sino que reclamó un “consenso del 70%”. Es el mismo consenso que postula Sergio Massa con su “gobierno de unidad nacional” y que contiene una hoja de ruta que incluye las contrarreformas que presupone el “reordenamiento de la economía” o el “plan de estabilización”.
Estos planteos del Frente de Todos y de Massa, que un tiempo atrás hubieran generado el rechazo generalizado, hoy se toman como “normales” gracias al mileinismo, que expandió los límites de lo aceptable a apenas: generar una nueva normalidad.
Sólo el “cuco” desbocado del libertarianismo salvaje logró que triunfara un mal menor que -como en otras experiencias internacionales- propone un frente cada vez más amplio para defender cada vez menos conquistas (o para perderlas por otros medios). El miedo de octubre salió a enfrentar al castigo de las primarias de agosto, que hablan de la estructura de sentimientos que domina en esta elección y de la ausencia de promesa de futuro en las principales coaliciones.
El impacto de la derrota y el acercamiento a Macrì también causaron un reordenamiento de la vocería libertaria, con el propósito de impedir que algunos de sus líderes mediáticos -como Alberto Benegas Lynch o Lilia Lemoine- confundan con propuestas como la suspensión de relaciones con el Vaticano o la renuncia a la paternidad por presunción de preservativo pinchado.
Solo el enorme temor al triunfo de Milei explica que muchos y muchas hayan decidido votar al candidato oficialista, que pasó del 21% al 36,6% de los votos, quedando con un holgado margen sobre el mal llamado «libertario». Gane quien gane, serán tiempos difíciles para las grandes mayorías.