Por MARIANA ALVARADO
Delincuencia y Paz: Dos caras de una moneda en conflicto
Los 3036 homicidios registrados en Ecuador de enero a junio de 2024, según cifras recogidas por el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO), dan cuenta de que los esfuerzos del aparato estatal, las instituciones y la misma ciudadanía por construir y mantener un estado de paz, dista mucho de los propósitos por los que la ONU designó el 21 de Septiembre como el Día Internacional de la Paz.
Para conseguirla, se debe entender que la paz no es solo la ausencia de guerra; es la presencia de justicia, igualdad y libertad para vivir sin temor. La delincuencia organizada ha arraigado sus tentáculos en diversas capas de la sociedad ecuatoriana, provocando una crisis que no solo vulnera el tejido social, sino que, en su esencia, destroza la confianza entre las personas y el Estado. Cada robo, cada secuestro, y cada extorsión es un golpe, no solo a las víctimas, sino a la paz de todo el País.
Hasta hace poco, el cantón Durán figuraba como una de las ciudades más violentas del mundo y de mayor criminalidad en el Ecuador, con un registro de 82 homicidios por cada 100.000 habitantes. Según reporta el OECO en su último boletín semestral de homicidios intencionales en Ecuador 2024, los cantones El Piedrero, Camilo Ponce Enriquez, Olmedo, Las Naves, Buena Fe y Pueblo Viejo, hace rato lo superaron.
Para citar ejemplos, El Piedrero registra de enero a junio de este año, la escalofriante cifra de 476 homicios por cada 100.000 habitantes; practicamente un estado de guerra. El cantón Olmedo, por su parte, tiene una tasa de criminalidad de 144 personas por cada 100.000 habitantes, lo cual es superior a la de Tijuana, México, que alcanza los 138 para la misma proporción de habitantes.
A estas cifras alarmantes, se suman las estadísticas de secuestros y extorsiones, donde organizaciones criminales han secuestrado a cientos de ciudadanos, generando una crisis de miedo y desesperación. Estos actos no solo destruyen vidas individuales, sino que afectan a comunidades enteras, quebrando el sentido de cohesión social y sembrando el terror.
En este contexto, cabe preguntarse: ¿cómo podemos hablar de paz cuando la violencia parece dominar el escenario? ¿Cómo podemos soñar con un futuro próspero y en armonía si el presente está marcado por la desesperanza?
Para que la paz sea una realidad tangible y no una utopía distante, es necesario replantear la forma en que como sociedad abordamos estos problemas. La lucha por la paz no debe recaer únicamente en las instituciones estatales. Si bien el Gobierno tiene la responsabilidad primaria de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, es imperativo que la sociedad civil, las organizaciones internacionales, las instituciones educativas y religiosas, así como los medios de comunicación, asuman un rol protagónico en esta batalla.
El Estado, a través de sus fuerzas de seguridad, debe modernizarse, invirtiendo en tecnología y entrenamiento especializado para combatir el crimen organizado. Las instituciones judiciales deben actuar con firmeza, sin dejar lugar a la impunidad, y las leyes deben ser rigurosas para desmantelar las redes criminales que extorsionan y secuestran a las familias.
Las instituciones educativas, por su parte, deben formar a una juventud consciente de sus derechos, pero también de sus deberes, que entienda el valor de la vida humana y rechace cualquier forma de violencia.
Las comunidades locales, desde los barrios más vulnerables hasta los sectores más acomodados, deben ser protagonistas de esta lucha. La organización comunitaria puede ser una poderosa herramienta para resistir el avance del crimen, generando espacios de confianza y cooperación donde los vecinos se cuidan mutuamente.
Si se quiere un Ecuador en paz, hay que unirse en la lucha por esos valores, para que cada ciudadano, sin importar dónde viva, pueda experimentar la libertad de caminar por las calles sin temor. La paz no es solo el sueño de unos pocos; es la demanda justa de todo un país que quiere un futuro mejor.